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Roberto Caballero: Macri no es invencible

El jueves 14D se derrumbó el mito de la invencibilidad de Cambiemos. Tuvieron que militarizar la zona de Congreso, tuvieron los oficialistas que sentarse en las bancas y dar la cara, tuvieron que gasear a los opositores y, a pesar de todo eso, no lograron el quórum para sancionar una mala ley, porque la resistencia de los perjudicados los dejó en evidencia.

Por Roberto Caballero

No importa lo que pase mañana. No importa tanto, en verdad. Si la Cámara de Diputados saca adelante la ley de saqueo a jubilados y pensionados, se habrá confirmado que votan como el FMI quiere. Que representan eso: la voluntad de sacrificar a un sector, los más débiles, contra el mandato de protegerlos. Porque gobiernan o dejan gobernar a los que tienen un proyecto que castiga a los más débiles y complace a los dueños del poder y del dinero.

Los oficialistas y los opo-ficialistas del peronismo antikirchnerista están cocinando su propia derrota a futuro. Porque pueden ganar ahora una votación mentirosa, fruto del apriete y la extorsión a los gobernadores, mientras construyen, a la vez, su debacle en el largo plazo. Van a votar en contra de los intereses de las mayorías y las mayorías, no dentro de mucho, en cada uno de sus distritos, se las van a cobrar, porque la batalla ya no es simbólica, no es contra el kirchnerismo castigado mediática y judicialmente, sino que avanzó al terreno de la materialidad, incluso de sus votantes.

Los jubilados, los pensionados, los ex combatientes de Malvinas, los pibes de la  AUH, los discapacitados, todos van a perder un haber al año si prospera su proyecto. Un haber al año, que ningún bono recupera, en medio de un escenario económico con aumentos que van desde las tarifas hasta las cosas más elementales del supermercado. ¿A cuántos kirchneristas más pueden matar presos para ocultar o disimular la antipopularidad de sus decisiones? ¿De qué cosa más se puede acusar a Cristina Kirchner, después de haber sido acusada de “traición a la Patria”?

Algo está fallando en la, hasta ahora, estrategia exitosa de Cambiemos. Algo está pasando y nadie está hablando de eso. El 14D estaba armado para que Mauricio Macri pudiera pavonearse, una vez más, como el presidente capaz de concretar cualquiera de sus caprichos. En los últimos dos años, tuvo opositores que se volvieron oficialistas y gobernadores votados para oponerse a sus políticas que actuaron como sus amanuenses.  Todos juntos cosecharon una derrota, esta vez. Una derrota que los desnudó en su miedo. ¿O, acaso, cómo puede calificarse el trompazo que quiso asestarle Emilio Monzó a Leopoldo Moreau? Fue la pura imagen de la impotencia.

La realidad viene a decirles algo: también tiene reservada para “el mejor equipo de los últimos 50 años” una derrota humillante. Si mañana, producto del ajuste de clavijas, obtienen un triunfo a lo Pirro, ya nada será igual de todos modos. Macri supo el jueves pasado que su proyecto político y económico tiene fecha de vencimiento.

No se trata de un momento preciso en el calendario. Eso depende. Lo que se sabe es que cada vez que pretenda profundizar el ajuste que necesita su modelo, encontrará cada vez mayores niveles de resistencia social. Y lo que se sabe, también, es que su modelo no cierra sin ajuste y sin represión. Hace dos meses consiguió un triunfo electoral que lo convirtió en la primera minoría nacional. Desde entonces, pierde. Viene perdiendo solo. Y pierde solo porque la sociedad argentina es más grande y compleja que la primera minoría que lo apoya. Su núcleo duro no es mayoría, aunque lo confunda la mayoría de los medios que blindan sus barbaridades. De acá en más sólo le queda seguir perdiendo, con algún que otro triunfo coyuntural, pero con el destino habitual que los gobiernos antipopulares tienen, según comprueba la historia.

El macrismo atravesó ciertos límites que le exigen una potencia política que hoy no tiene. Esto tampoco es 2015. El gobierno, lentamente, se irá quedando cada vez más solo. Meter presos a opositores, censurar a los periodistas disidentes, destruir empleo a diestra y siniestra y endeudar al país a un siglo, son cosas que harán tronar a su propia tribuna. Festejarán los menos, pero enojarán a los más.

El 14D el gobierno se anotició de una verdad irrebatible. En algún momento, si la unidad de los opositores se sostiene, volverán a ser opositores. Volverán al llano. Y la pregunta es: ¿Podrán soportar ellos un gobierno con este nivel de revanchismo y violencia? ¿Serán capaces de ir a la cárcel? Cuando se revise la Ley de Blanqueo, por ejemplo, porque una ley se remueve con otra ley, simplemente, ya está comprobado, ¿podrán los amigos, los familiares, los militantes del presidente, tolerar un escudriñamiento tan severo como el que ellos proponen para los otros? ¿Irán a Marcos Paz o a Ezeiza por lo que creen?

¿Serán capaces de aguantar lo que hoy aguantan los críticos a su modelo? Para eternizarse en el poder (que, en la Argentina, es tener dos mandatos, no mucho más) tendrían que estar garantizando aumento de salarios para jubilados y pensionados, como mínimo. Su modelo, en cambio, propone lo contrario: bajas salariales, servicios impagables e inestabilidad laboral generalizada.

Un gobierno, sin importar su signo ideológico, para sostenerse en el tiempo debe generar más efectos positivos que negativos. Carlos Menem fue reelegido en 1995 porque la sociedad no quería retornar a los padecimientos de la hiperinflación, cuatro años después esa misma sociedad votó en contra de la corrupción pero también contra la recesión económica. Y Menem terminó eyectado de la vida política. Es apenas un voto en el Senado, después de haber creído que su administración era para siempre.

A Macri le va a pasar peor. Su ceguera ideológica, acompañada por un sector de la población en una coyuntura determinada, solo va a producirle dolores de cabeza en el mediano y largo plazo. Los créditos impagables, la inflación imparable, la pérdida de empleo producto de la apertura a las importaciones, la presión fiscal sobre la economía productiva, el desfasaje entre salarios y servicios, todo eso construye una realidad explosiva cuyo estallido alcanzará, cuando se produzca, incluso, a los que confunden la persecución política y su sed de venganza con modelo sustentable. Lo dicho: ¿A cuántos kirchneristas más va a poder meter en la cárcel para tapar sus propias inconsistencias económicas?

Todo es finito, también la revancha. A Macri se le exige que gobierne, aún para sus opositores. Cristina Kirchner lo hizo durante dos mandatos, aunque esto no sea reconocido todavía. Macri no quiere hacerlo, directamente. Su tribuna es chica, de visitante, porque siempre la tribuna del privilegio fue más chica.

No existe presidente, y tampoco Macri lo será, que haya podido atravesar con éxito su propia incapacidad para administrar la realidad de todos y no simplemente la de algunos. Mucho más, cuando ésta incapacidad es desnudada cada vez con mayor frecuencia. El 14D fue un límite. Vino a decir que Macri puede perder. Que no basta con el autoritarismo, que la fuerza además tiene que tener la razón.

Si mañana volviera a ganar, si los diputados y gobernadores amanuenses lo vuelven a acompañar en una medida tan impopular como el proyecto de reforma previsional, será una victoria circunstancial, una victoria de Excel. Pero casi seguro estará incubando la derrota política próxima, una mayor que la del 14D, porque esta medida ataca fundamentalmente al tercio que lo viene acompañando. Cuando crea que está metiendo miedo, estará generando adversarios. Cuando meta presos a opositores, se estará reservando un futuro carcelario complejo para él y los suyos. Cuando haga caso al FMI estará distanciándose de los votos que lo hicieron presidente.

Macri perdió el 14D. No es invencible. Quedó demostrado. No hay proyecto que pueda depender de la Gendarmería y de la extorsión para ser exitoso en el largo plazo.

Eso, tarde o temprano, se acaba. Y ahí, Macri deberá enfrentar una realidad que por ahora niega, la de soportar como opositor lo que ahora aplica como gobernante a los opositores a su modelo.

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