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Por la paz, Netanyahu debe ser controlado por la razón o la fuerza

Después de perder la elección del martes 16, el primer ministro israelí pretende hacer todo lo posible para perpetuarse en el cargo y no ir a la cárcel, incluso iniciar una gran guerra regional

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Luego de que el miércoles 25 el presidente de Israel, Reuven Rivlin encomendara a Benyamin Netanyahu la formación de un gobierno de “unidad nacional”, su contrincante, el exgeneral Benny Gantz, le reclamó “unidad en serio”. Como es altamente probable que el primer ministro no logre complicar a los opositores en su propia estrategia y formar un gabinete con mayoría parlamentaria, ya se dibuja en el horizonte el anuncio de una nueva elección. Hasta entonces el jefe de Estado quiere que el procesamiento del líder derechista por corrupción lo aleje del poder, mientras éste espera que la llamada “paz del siglo” urdida por el yerno de Donald Trump o, en su defecto, una gran guerra contra Irán lo salven de la cárcel. Es una carrera contra el tiempo con vencedor incierto.

La situación postelectoral es intrincada. Aunque la alianza opositora Kahol Lavan (Azul y Blanca, por los colores de la bandera israelí) ganó 33 bancas y el gobernante Likud sólo 31, el presidente se decidió a encargar a Benyamin Netanyahu la formación de gobierno, porque éste parece en condiciones de alcanzar el apoyo de la necesaria mayoría parlamentaria de 61 diputados. De acuerdo a la Constitución, el primer ministro encargado tiene ahora 28 días, con una prórroga suplementaria de 14 días, para presentar un programa y un gabinete que le permitan gobernar los próximos cuatro años. Si al final de ese lapso no tiene éxito o el parlamento la niega la confianza, el jefe de Estado debe otorgar un tiempo similar al líder de la segunda alianza más votada.

Apenas recibida la nominación, Netanyahu llamó a formar un gobierno de “unidad nacional” argumentando que la «reconciliación» es imprescindible por las amenazas de Irán y el próximo anuncio del «plan del siglo» que el yerno de Donald Trump, Jared Kushner, ha venido tejiendo para alcanzar la paz entregando Jerusalén completa a Israel e incorporando a ésta los asentamientos sionistas en Cisjordania. Para apresurar el acuerdo, los líderes conservadores propusieron acordar un sistema de rotación, por el cual Netanyahu y Gantz ejercerían el mando sucesivamente por dos años, pero el entendimiento fracasó ante el desacuerdo sobre el orden de precedencia. Tan grande es la desconfianza hacia el actual primer ministro que los líderes de la Azul y Blanca descreen de que, si Netanyahu ejerce primero el cargo, esté después dispuesto a cederlo a su socio y rival.

Para reforzar su presión sobre la oposición, el miércoles el primer ministro dejó trascender que, si en una semana no hay acuerdo, va a devolver el encargo al presidente. De este modo Benny Gantz y sus aliados quedarían ante la opinión pública como los “enemigos de la unidad nacional” en momentos de riesgo.

Por ahora la coalición opositora sigue unida contra el primer ministro y confiando en que la imposibilidad de formar gobierno y el avance de las causas judiciales lo saquen del juego. A esta esperanza contribuye también el proyecto de reforma de la ley de habilitación de los jefes de gobierno que el presidente acaba de mandar al parlamento. Según el mismo, ningún primer ministro puede ser ratificado por la Kneset, si él o sus familiares directos están procesados por corrupción. Si el proyecto se convierte en ley y la semana próxima el fiscal general del Estado eleva a juicio la imputación a Netanyahu por tres casos de corrupción, el primer ministro podría proseguir con el armado de una coalición de gobierno, pero –aun si tuviera éxito- no podría presentarse a la votación parlamentaria.

Aunque dentro de Kahol Lavan existe una pequeña facción conciliadora, ninguno de los tres socios de Benny Gantz en la alianza está dispuesto a asociarse con el primer ministro encargado. En esta resolución se conjugan el resentimiento por los tejes y manejes de Netanyahu con el cálculo de que, si el jefe de gobierno fracasa en la formación de gabinete, la tercera elección lo sacará del cargo que ocupa desde 2009. Sin embargo, el primer ministro sigue siendo el candidato incuestionado de su alianza entre el centroderecha, la derecha y los partidos religiosos y dispuesto a dar pelea. Tanto más cuanto que espera que, en tanto primer ministro, el Fiscal General Avichai Mendelblit no se atreva a llevarlo a juicio por coimas varias. Para subir la apuesta, el jueves 26 propuso que las audiencias del miércoles y jueves próximos sean televisadas.

En realidad, la verdadera novedad que trajo la elección del martes 16 reside en el aumento del voto por los partidos de la minoría árabe, potenciado por la unidad alcanzada por un espectro que abarca desde los comunistas hasta los islamistas. El sistema electoral israelí ha permitido que las 13 bancas cosechadas por la Lista de Unidad -convirtiéndose en la tercera fuerza de la Kneset- redujeran proporcionalmente la representación de la derecha. Es la primera vez en 71 años que la minoría árabe (22% de la población y en aumento) alcanza tal peso parlamentario. Hasta ahora ninguna de las fuerzas sionistas o religiosas se atreve a pedir su apoyo, pero, si Likud y la Azul y Blanca forman una gran coalición sin los árabes, éstos se convertirán en la principal fuerza opositora y su líder, Ayman Odej, tendrá el derecho a ser convocado semanalmente a consultas con el primer ministro en las que también se discute información reservada. O sea, que, en el actual estado de cosas, los líderes árabes deberían cogobernar o ser la primera oposición. Para eludir esta ominosa perspectiva, los partidos sionistas y religiosos buscan enérgicamente una tercera elección.

No obstante, el liderazgo árabe israelí se halla ante un dilema: por un lado, si no interviene en la formación de un gobierno de coalición, aunque sea con un apoyo crítico y condicionado desde el parlamento, convalidará un posible pacto entre Benyamin Netanyahu, que quiere anexionar Cisjordania, invadir Gaza y desatar una guerra contra Irán, y Benny Gantz, el “carnicero de Gaza”, quien como Jefe del Estado Mayor Conjunto (2011-15) cometió horribles crímenes contra la población civil de la Franja. Por el contrario, si se compromete demasiado en el apoyo a un eventual gobierno de la Azul y Blanca, se hará cómplice de las acciones criminales del Estado de Israel contra los palestinos. Para tratar de zafar del intríngulis, el viernes 27 llevaron a los líderes opositores un catálogo de condiciones (aún no difundidas) bajo las cuales estarían dispuestos a dar apoyo parlamentario a la candidatura de Benny Gantz a la jefatura del gobierno. De todos modos, el pliego no fue acompañado por la Asamblea Nacional Democrática (Balad), uno de los cuatro integrantes de la Lista de Unidad, la que se abstuvo.

La extrema dependencia del éxito militar y del mantenimiento del apartheid en la que se mueve la política israelí impide que surjan proyectos positivos, agudizando la fragmentación de su sistema de partidos y los odios entre sus líderes. En estas condiciones su sistema político está paralizado, lo que potencia el encaramamiento de extremistas que pueden hacer volar el polvorín mediooriental. Si las grandes potencias son incapaces de meter a Israel en caja, habida cuenta de la escasa sensatez y capacidad de sus dirigentes para hallar una solución, en los próximos meses la paz mundial dependerá en buena parte del temor que los grandes y pequeños actores del Medio Oriente puedan infundirle. No es una alternativa deseable, pero realista.

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