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Elecciones al borde del abismo

La composición del futuro Parlamento Europeo condicionará la capacidad de negociación de la Comisión ante la guerra comercial y una crisis mundial inminente

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

No se trata de una confrontación entre liberalismo y “populismo”, como la estilizan los medios del establishment, ni de una batalla entre los defensores y enemigos de la unidad europea, como la simplifican los canales de TV. En la elección al Parlamento Europeo que finaliza este domingo 26 se decide entre la recreación del proyecto europeo o la reducción del continente a la inoperancia.

Unos 427 millones de ciudadanos de los 28 países miembros del bloque están acudiendo a las urnas entre el jueves 23 y el domingo 26, para elegir a los 751 miembros del Parlamento Europeo que los representarán durante los próximos cinco años. El número de eurodiputados por país es proporcional a su población, pero ninguna nación puede tener menos de seis ni más de 96.

Según las primeras proyecciones, en el Reino Unido el flamante Partido del Brexit del euroescéptico Nigel Farage superó ampliamente a las otras propuestas y relegó a los históricos Partido Laborista y Conservador. Pero en Holanda, por el contrario, el Partido Laborista habría logrado una victoria inesperada y ajustada con 18,1% de respaldo, por delante de los nacionalistas de Thierry Boudet y los liberales del primer ministro Mark Rutte. Este resultado inesperado obliga a ser cauto en las previsiones.

Los eurodiputados se eligen en cada Estado miembro por separado. La presentación de candidatos está reservada a los partidos políticos nacionales. Después de las elecciones, los diputados elegidos pueden participar en un grupo en el Parlamento Europeo o ejercer su mandato como independientes. La formación de un grupo parlamentario exige un mínimo de 19 diputados de cinco países diferentes. Habitualmente los partidos de diferentes Estados se reúnen en bloques según sus coincidencias ideológicas, pero también puede suceder que partidos muy diversos se asocien simplemente.

Hasta ahora había ocho grupos políticos: el Partido Popular Europeo, que congrega a los demócrata cristianos y sus aliados; la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, reuniendo a los socialistas y socialdemócratas; los Conservadores y Reformistas, que suma a partidos opositores a la Comisión actual; los Liberales; los Verdes; la Izquierda Unitaria; la Europa por la Libertad y la Democracia Directa y la Europa de las Naciones y las Libertades, que articula a la mayoría de los partidos nacionalistas anti-Bruselas. Sin embargo, el nuevo parlamento puede traer nuevos alineamientos.

Desde que está en vigencia el Tratado de Maastricht (1992), ha aumentado el poder del Parlamento Europeo especialmente ante la Comisión Europea (ejecutivo del gobierno continental con 28 comisarios, uno por cada país miembro). Sin embargo, sigue teniendo menos facultades que un parlamento nacional. El Parlamento Europeo se encarga, sobre todo, de legislar, aprobar el presupuesto de la UE y controlar las otras instituciones. Además, da el visto bueno a acuerdos internacionales importantes. Sin embargo, tiene facultades limitadas de control sobre la política exterior y de seguridad.

Si finalmente se concreta el Brexit en octubre, el total de miembros de la Eurocámara disminuirá de 751 a 705 y los asientos que queden libres se redistribuirán más adelante entre los Estados que se incorporen a la alianza y los infrarrepresentados como España, Francia y Países Bajos.

El 28 de este mes se reúnen los jefes de Estado y de Gobierno del bloque (el Consejo Europeo), para analizar los resultados electorales e iniciar el proceso de nominación de los candidatos a dirigir la UE. La nueva presidencia comunitaria heredará desafíos como el Brexit, la crisis migratoria, el ascenso de la ultraderecha, la lucha contra el terrorismo y por la igualdad de género, la protección del medioambiente y aspectos internacionales, como, por ej., la preservación del pacto nuclear con Irán. El 2 de julio se reunirá en Estrasburgo (Francia) la nueva Eurocámara, para nominar a un presidente y 14 vicepresidentes. El 15 de ese mes, en tanto, será seleccionado el líder de la Comisión Europea quien deberá pronunciar su primer discurso a mediados de octubre.

El establishment ha estilizado estas elecciones como una contienda pro o contra Europa o, lo que pintan como lo mismo, entre liberalismo democrático y populismo autoritario. De hecho, las encuestas preelectorales daban cuenta de un fuerte alza del voto nacionalista en la mayoría de los países. Sin embargo, los primeros sondeos realizados durante estos días indicaron que, si bien en Gran Bretaña los “brexiters” obtuvieron la primera minoría, en los Países Bajos la socialdemocracia se llevó la delantera. De modo que hay que ser prudente en los pronósticos.

A pesar de la retórica democrática y del aumento paulatino del poder del Parlamento Europeo, la construcción política de los tratados de Maastricht (1992), Amsterdam (1998) y Lisboa (2007), concomitante con la implantación del euro (2002), concentró las decisiones políticas en Bruselas y las económicas en el Banco Central Europeo de Francfort. Los pueblos europeos perciben que sus dirigentes están muy lejos y no se ocupan de mejorar las condiciones de vida de la población. De hecho, desde la crisis de 2007/08 la economía europea ha crecido a tasas muy bajas, el desempleo apenas ha descendido y los salarios netos han bajado, mientras que la concentración de la riqueza ha aumentado sideralmente. Esta desigualdad, desprotección y marginación han creado mucho resentimiento que los partidos tradicionales y las izquierdas no han sabido contener. Por consiguiente, no debe asombrar el auge de las derechas demagógicas.

Al mismo tiempo, las elites están profundamente divididas entre los globalistas que insisten en el primado de la especulación sobre la producción y los nacionalistas que procuran recuperar la inversión industrial y la creación de puestos de trabajo. Transversalmente a estos alineamientos transcurren las alianzas con EE.UU. y/o Rusia y las intervenciones de ambas superpotencias en la política europea.

Es poco probable que de estas elecciones surja una mayoría reformista que devuelva la UE a sus pueblos. En los próximos meses la salida de Gran Bretaña puede escorar el continente un poco más hacia el Este, pero no se avizora un cambio en las orientaciones políticas que pueda entusiasmar. Europa continuará desgarrándose en la parálisis política y económica, mientras se agudiza la guerra comercial entre EE.UU. y China, la OTAN aumenta sus provocaciones contra Rusia y la crisis mundial se asoma en el horizonte. Se trata de la existencia misma del proyecto europeo.

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