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Trump busca romper el cerco en noviembre

La batalla entre el presidente y el “Estado profundo” agudiza la división interna en EE.UU., haciéndolos más imprevisibles y peligrosos

Por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Donald Trump vivió el pasado martes 21 por una pesadilla que nunca olvidará. Mientras que el abogado y operador del Presidente Donald Trump, Michael Cohen, se entregaba al FBI y aceptaba colaborar con la Justicia, una corte de Virginia condenaba a Paul Manafort, jefe de la campaña presidencial republicana de 2016. El fiscal Robert Mueller, que investiga la supuesta intervención rusa en esas elecciones, aprovechó estas caídas para cantar jaque al presidente. Cercado, el jefe de la Casa Blanca aprieta ahora el acelerador, para ganar la elección legislativa del 6 de noviembre y tener su propia mayoría. La grieta interna se ahonda, haciendo a EE.UU. más imprevisibles y peligrosos.

Manafort fue declarado culpable en ocho cargos por fraude bancario y evasión de impuestos, así como por haber omitido declarar cuentas bancarias en el exterior. Sin embargo, el juez declaró nulas otras diez acusaciones por falta de acuerdo entre los jurados. A la misma hora de este veredicto, Michael Cohen admitía ante una corte federal en Manhattan haber violado la legislación electoral mediante contribuciones corporativas y donaciones excesivas para la campaña.

Especialmente esta última confesión aumenta la posibilidad de que Trump sea inculpado por irregularidades financieras. El abogado neoyorquino declaró que durante la campaña de 2016 había hechos pagos ilegales, para favorecer a un candidato que no mencionó, pero cuya identidad era evidente. Se trata de transferencias respectivamente por 130 mil y 150 mil dólares a una empresa periodística amiga, para que comprara los derechos de publicación de los testimonios de dos mujeres (una estrella porno y una prostituta) que aseguran haber tenido hace muchos años sexo con el empresario inmobiliario. Más allá de sus ribetes sensacionalistas, el problema legal reside en que Cohen afirma haber hecho los pagos con fondos de la Fundación Trump, con la que se financió la campaña, y la legislación prohíbe desviar fondos electorales para otros fines.

Ninguno de los dos casos ofrece al fiscal Mueller las pruebas que necesita, para demostrar la colusión entre Rusia y la campaña trumpista, aunque demuestran cuán vulnerable es el entorno presidencial a acusaciones por delitos tributarios y bancarios. Manafort enfrenta también acusaciones similares en otros tribunales e inclusive en la misma corte de Virginia pueden reabrirse las causas sobre las que el jurado no se había expedido. Además, el histórico lobbista mantiene fuertes lazos con el oligarca ruso Oleg Deripaska, en tanto Konstantin Kilimnik, un ruso-ucraniano que trabajó con Manafort en la campaña de 2016, está sospechado de pertenecer a un servicio de inteligencia ruso. El ex jefe de campaña participó, asimismo, en la reunión que Donald Jr. mantuvo durante la campaña en la Trump Tower con una delegación rusa en la que los visitantes ofrecieron documentación para ensuciar a Hillary Clinton. Estos datos y la actual condena hacen de Manafort un bocado de cardenal para los medios y los servicios de inteligencia que buscan implicar al presidente en la trama rusa.

Trump es consciente de los riesgos legales que está corriendo. Por ello se mantiene en una permanente ofensiva contra Mueller y el “Estado profundo” a los que acusa de conspiración. Por la misma razón retiró al ex jefe de la CIA, John Brennan, la autorización para acceder a información sensible. Sus peleas con la Reserva Federal, el presidente turco Erdogan y los medios son parte de la misma maniobra de autovictimización, para agitar a “los de abajo” contra “los de arriba”.

Paradójicamente, mientras se queja del “sistema” que no lo deja gobernar, el presidente ha ido incrementando sensiblemente su control sobre el Estado. Durante su primer año de gobierno estuvo muy limitado por funcionarios experimentados con visiones políticas divergentes de la suya, pero paso a paso se desembarazó de casi todos ellos. El último de la fila, el jefe de gabinete John Kelly, sabe cuán precaria es su posición. Por el contrario, el secretario de Estado Mike Pompeo y el Asesor de Seguridad Nacional John Bolton parecen almas gemelas del presidente. También los nuevos miembros de la Suprema Corte son a la hechura del jefe de Estado. En el Departamento de Justicia, en tanto, continúa buscando el desplazamiento de los seguidores de Mueller.

A pesar de su situación precaria, el presidente sigue adelante, porque confía en que, aun si ganaran el control de la Cámara de Representantes, los demócratas no estarán después de noviembre en condiciones de imponer al Senado el juicio político contra el mandatario.

Sin embargo, el mandatario enfrenta a la vez tres investigaciones importantes. Gracias a la condena penal que manda a Manafort a prisión por muchos años y a la verificación de que estuvo en la reunión de la Trump Tower con los rusos, el fiscal Mueller tiene una fuerte palanca para presionarlo y obligarlo a colaborar contra el jefe de Estado.

Hasta las elecciones legislativas del 6 de noviembre el Presidente debe superar numerosos y duros obstáculos. Si llega indemne y consigue imponer al Partido Republicano una mayoría propia, no cesarán los ataques, pero los resistirá mejor. Por el contrario, si el fiscal Mueller consigue doblar a Manafort y utilizar a Cohen, no faltarán senadores republicanos que huelan sangre y decidan entronizar al vicepresidente Mike Pence, el Temer de Trump.

Donald Trump se ha mostrado consistente en la búsqueda de un compromiso con Vladimir Putin y ha construido un puente hacia Xi Jinping que le permite surfear la guerra comercial. Al mismo tiempo se ha mostrado consecuentemente imperialista hacia América del Sur. Si bien quienes quieren derrocarlo traerían al mundo mucho horror y sufrimiento, probablemente su política internacional sería más inconsecuente que la del magnate mandatario. No se trata de elegir entre la sartén y el fuego, sino de estar alertas ante una situación muy inestable que puede desbarrancarse en cualquier momento.

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