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Estos romanos están locos

Un artículo anónimo contra el presidente, el último libro de Bob Woodward y la chabacanería de Theresa May muestran el descontrol de la lucha interna en el Imperio

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

En la serie de historietas de Asterix, R. Gosciny y A. Uderzo ponían reiteradamente en boca de su amigo Obelix su azoramiento ante las contradicciones del imperialismo romano. Desde su aparición en 1959 el cómic patriótico francés buscó desnudar las sinrazones de la “República Imperial”, como la llamó Raymond Aron. Medio siglo más tarde las batallas fratricidas que desgarran a EE.UU. en vísperas de las elecciones legislativas del 6 de noviembre los hacen aún más impredecibles.

El pasado viernes 7 el presidente Donald Trump urgió al Fiscal General, Jeff Sessions, a investigar la columna de opinión que The New York Times publicó el miércoles 5 como de un autor anónimo, detrás del que estaría un alto funcionario de la Casa Blanca. El mandatario justificó su demanda diciendo que “se trata de una cuestión de seguridad nacional”. El Departamento de Justicia, por su parte, guardó silencio.

En el artículo que desató la bronca presidencial se reivindica a una supuesta “resistencia” en el ala occidental de la sede del gobierno que estaría activa para “frustrar partes de la agenda [del mandatario] y sus peores inclinaciones, hasta que renuncie o sea removido del cargo”. El autor anónimo describe a Trump como “amoral, contrario al comercio y antidemocrático”, así como propenso a tomar “decisiones a medias, mal informadas e imprudentes”.

Trump denigró el artículo por Twitter como “cobarde” y describió al autor como “una fuente anónima dentro del gobierno que está fracasando en su tarea, probablemente por sus pésimas cualidades” y en un tuit del miércoles a la tarde insistió en que, si la persona realmente existe, el Times tiene que revelar su identidad por razones de seguridad nacional.

A partir de la publicación se multiplicaron las sospechas sobre el o la posible autor/a. Se pensó en el vicepresidente Mike Pence, en el Secretario de Defensa Jim Mattis y en el Jefe de Gabinete Herbert McMaster, pero también se apuntó a su propia esposa Melania, quien no ha dudado en diferenciarse públicamente del presidente en temas migratorios, y a su hija Ivanka.

En el artículo se describe al autor como un funcionario de primera línea “que no es de izquierda”. Se citan reuniones con el presidente, pero se mencionan pocos detalles que permitan colegir cuán cercano al mandatario está el o la autor/a. El diario defendió la decisión sin precedentes de publicar una columna anónima.

El artículo apareció un día después de conocerse los anticipos de un nuevo libro de Robert “Bob” Woodward (uno de los denunciantes del Watergate en 1973) que llega a las librerías la semana próxima. Entre muchas otras anécdotas, en el libro “Temor: Trump en la Casa Blanca” el autor relata cómo un asesor económico del presidente (probablemente, Gary Cohen, quien renunció en enero pasado) robó de su escritorio documentación decisiva, para impedir que el mandatario cancelara el acuerdo de libre comercio con Corea del Sur en momentos en que aumentaban las tensiones con el Norte y se termina contando cómo el asesor legal del presidente, John Dowd, renunció arguyendo que no podía representar a “un maldito mentiroso”. En realidad, la nueva obra de Woodward es un magnífico cuadro de mentalidades más que un informe verídico sobre el proceso político en el corazón del ejecutivo.

Ni la columna en el Times ni el libro de Woodward representan manifestaciones opositoras, sino la queja de conservadores que comparten la agenda presidencial, pero resienten al personaje.

Los torpedos contra Donald Trump llegan también de allende el Atlántico. El miércoles la primera ministra británica Theresa May presentó en el Parlamento un informe de inteligencia, acusando a unos supuestos Alexander Petrov y Ruslan Boshirov por el atentado de marzo pasado contra el ex agente ruso Serguei Skripal y su hija Yulia. May identificó a los sospechosos como “oficiales del GRU” (el servicio de inteligencia militar de Rusia), presentando fotos de ambos en Salisbury, donde se produjo el atentado, e informando que los mismos habrían llegado al aeropuerto de Heathrow el 3 de marzo y partido de regreso el día 5. Skripal y su hija fueron aparentemente envenenados con un tóxico de contacto denominado “Novichok” (“cosa nueva”), pero el gobierno británico nunca presentó las pruebas, sus técnicos no pudieron confirmar el origen del veneno y Gran Bretaña nunca accedió al requerimiento ruso de que se le permitiera entrevistar a Yulia Skripal, quien es ciudadana rusa. Tampoco aceptó la oferta de colaboración en la investigación.

Por otra parte, los alias de ambos espías equivalen a nuestro Juan Pérez. El propio gobierno de Su Majestad desistió de pedir su captura a Rusia. En cambio, emitió una orden europea de detención.

No aparece claro cuál sería el interés ruso en atentar contra un ex espía que traicionó hace años y, si lo hiciera, por qué sus autores se mostrarían dos días seguidos ante las cámaras de seguridad en el escenario del crimen y vestidos siempre igual. Más bien parece que May hizo coincidir su denuncia con el momento en que espías y militares norteamericanos buscan crear en los medios la imagen de un mandatario caótico e irresponsable. Que la inglesa quiere torpedear el diálogo ruso-norteamericano fue evidente, cuando exigió de la Unión Europea –de la que se está separando- que actúe solidariamente para “combatir la amenaza rusa”.

En tanto todas las encuestas prevén un triunfo demócrata en la renovación parcial del Congreso y la pérdida de 11 gobernaciones republicanas, se multiplican las maniobras de unos y otros para desplazar a Trump. El Comité Nacional Demócrata prefiere la vía parlamentaria a la electoral, porque desde la base lo viene corriendo la nueva izquierda negra, inmigrante y feminista. La Dirección Nacional Republicana también, porque teme la derrota electoral y quiere un giro en la política exterior.

Antes de las elecciones no hay tiempo para que prosperen maniobras legislativas para deponer al presidente, pero todos los complotados quieren iniciarlas ahora, de modo que el nuevo Congreso, de composición imprevisible, se vea obligado a seguirlas.

Ser colonia de un imperio es malo, pero serlo de un imperio loco, es terrible. Desde que Donald Trump subió a la presidencia en enero de 2017, la lucha por el poder ocupa todos los espacios de la vida estadounidense e irradia hacia el exterior. No se sabe si la elección legislativa aclarará el panorama. Por eso ambos partidos en la elite se han lanzado a una batalla campal. No importa quién venza, el resultado será negativo para el resto del planeta, pero sus métodos y orientaciones son diferentes y es bueno saber por dónde vendrán. Es tiempo de prudencia y espera activa. En dos meses seremos más sabios.

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