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En el G20 las potencias sólo atendieron su juego

La cumbre de Buenos Aires certificó el retorno al liderazgo solitario de EE.UU. que deberá revalidarlo en las grandes batallas que se avecinan. 

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Fue necesaria la presión de la delegación norteamericana, para que el documento final de la reunión cumbre de Buenos Aires superara la indefinición del borrador presentado por la presidencia argentina y fijara la agenda internacional. Como en el juego infantil del Antón Pirulero, cada potencia “atiende su juego y el que no, una prenda tendrá”. Las reuniones bilaterales al margen del encuentro han sido mucho más importantes que la cumbre y han consolidado el avance estadounidense, al menos por ahora.

La Cumbre del G20 concluyó el sábado pasado con una declaración final de los jefes de Estado y de gobierno. El documento se centró en el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo, un futuro alimentario sostenible y una perspectiva transversal de género, tal como propuso desde noviembre de 2017 la presidencia de turno argentina. El documento completo consta de 30 puntos. Si bien el borrador presentado por los organizadores era bastante anodino, algunos temas causaron discordancias y hasta el viernes a la noche no había consenso sobre el texto. Finalmente, se aceptó constatar que existe una crisis migratoria mundial, se registró el rechazo estadounidense al Acuerdo de París sobre Cambio Climático y en el pasaje sobre el comercio mundial se dejó de condenar el proteccionismo.

Donde, empero, quedó impresa más claramente la marca norteamericana fue en el apartado sobre la promoción del crecimiento: «Reafirmamos nuestro compromiso para utilizar todas las herramientas políticas para lograr un crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo”, indica la versión final. “Todas las herramientas” es una invitación franca a recurrir a intervenciones estatales en la economía e, incluso, al proteccionismo. Y sigue: “La política monetaria continuará apoyando la actividad económica y asegurando la estabilidad de precios consistente con los mandatos de los bancos centrales. La política fiscal… debe ser utilizada de manera flexible y favorecer el crecimiento, al tiempo que garantice que la deuda pública se encuentre en un camino sostenible”. Este enunciado muestra un compromiso entre las políticas de estabilización fiscal y monetaria y su instrumentación para alcanzar el crecimiento macroeconómico.

Entre tanto, Donald Trump y Xi Jinping protagonizaron el sábado por la tarde “la cumbre de la cumbre”. En la cena que compartieron en el Palacio Duhau junto a numerosos asesores acordaron a partir del 1 de enero congelar por tres meses la imposición de nuevos aranceles. Washington tenía previsto imponer para entonces tasas aduaneras adicionales sobre las importaciones chinas por 200.000 millones de dólares. Asimismo, China se comprometió a aumentar sus compras de commodities norteamericanas, para equilibrar el déficit comercial, y a dejar de exigir a las empresas de EE.UU. que invierten en el país que compartan sus patentes.

El acuerdo prueba una vez más el acierto de la brutal táctica de negociación de Trump: amenaza, grita, insulta y lleva el enfrentamiento hasta el límite de la ruptura, para luego acordar desde una posición ventajosa. Los mayores perjudicados por este acuerdo somos Brasil y Argentina, que perderemos porciones de mercado para nuestras exportaciones a China, y los europeos inversores en el país asiático, que sí comparten sus patentes con las empresas chinas.

Al mismo tiempo que Xi y Trump, el sábado por la tarde se encontraron Mauricio Macri y Vladimir Putin. También en este caso los condicionantes norteamericanos marcaron el ritmo, ya que las eufóricas declaraciones del presidente ruso y sus colaboradores, anunciando después de la reunión que la Federación Rusa construiría en Atucha una central nuclear llave en mano, que se había destrabado la instalación de un puerto aceitero ruso en Ramallo y que empresas de ese país tenderían la línea férrea entre Vaca Muerta y Bahía Blanca fueron desmentidas y desvalorizadas por los voceros argentinos.

Más prudente, en cambio, fue el gobierno de Macri, al avisar a la contraparte china que de la reunión con el presidente Xi Jinping del domingo tampoco saldrían nuevas obras. El encuentro en Olivos sirvió entonces, para ratificar los acuerdos de 2013 y 2014, que habían sido congelados por el mismo Macri apenas asumió, y presentarlos con el pomposo título de Plan de Acción Conjunta 2019-23. La única novedad fue la ampliación del swap de monedas en otros 8.700 millones de dólares, llevándolo a casi veinte mil millones.

Como el gobierno de Macri, por su desmedido endeudamiento, es altamente dependiente del voto norteamericano en los organismos internacionales, acató callado la prohibición de Washington de autorizar inversiones chinas y rusas en infraestructura y se limitó a hacer acuerdos comerciales. Macri viene maniobrando para no perder el financiamiento chino, pero quedó atrapado en la competencia estratégica entre Beijing y Washington. Como premio por su obediencia, finalmente, Trump ofreció 800 millones de dólares en créditos para infraestructura.

La cumbre tuvo otros dos triunfadores impensados: Theresa May y Mohamed bin Salman. La primera ministra británica aprovechó el reciente acuerdo con la Unión Europea sobre el Brexit para proponer a Brasil y Argentina un acuerdo de libre comercio y obtuvo de ambos países la autorización para un segundo vuelo semanal de Latam a Puerto Argentino.

El príncipe heredero saudita, por su parte, evitó que el presidente turco Recep T. Erdogan pudiera poner el asesinato de Jamal Khashoggi en la agenda de la cumbre, recibió públicamente una efusiva palmada de Putin, concertó millonarios negocios con varios países y se llevó el reconocimiento público de Donald Trump. Todos los países cuyas delegaciones atendieron a su interés nacional salieron del encuentro con algún provecho.

“Vamos subiendo la cuesta que abajo en la calle se acabó la fiesta”, cantaba Joan Manuel Serrat hace 50 años. La reunión de Buenos Aires quedó atrás y las principales potencias enfrentan esta semana decisiones trascendentes. Trump debe afrontar el cierre de una planta de General Motors y la pérdida de puestos de trabajo; May debe superar el voto parlamentario sobre el acuerdo con la UE; Macron, por su parte, no sabe cómo sacarse de encima la revuelta de los chalecos amarillos; Merkel entrega este martes la presidencia de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) e inicia su retiro de la Cancillería; mientras que Vladimir Putin tiene que salir de la crisis económica que le está provocando una acelerada pérdida de simpatía.

La cumbre del G20 en Buenos Aires marcó el retorno de la hegemonía norteamericana como superpotencia solitaria. Se terminó el multilateralismo y todos hacen su juego como pueden. Las alianzas cambian y nuevos bloques se forman. Hacen falta objetivos claros y timoneles que sepan alcanzarlos, no peleles.

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