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En el Bósforo se amplía la falla tectónica

Las sanciones recíprocas entre EE.UU. y Turquía y el acercamiento de ésta a Rusia ahondan la fosa entre el Este y el Oeste

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Una enseñanza básica de la sismología indica que, cuando aumenta el ancho de las fallas tectónicas entre dos grandes bloques de la corteza terrestre, se incrementa la probabilidad de terremotos. En todo el talud de Eurasia tiembla la tierra, pero especialmente desde Ucrania hasta el Golfo de Adén. El más reciente movimiento se está dando en la conexión entre el Mar Negro y el Mediterráneo.

«Nos hallamos en un punto de inflexión entre el orden bipolar y uno multipolar», declaró el miércoles 15 el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, en una conferencia de prensa celebrada en Ankara junto a su colega turco Mevlut Cavusoglu. “Las sanciones norteamericanas contra Rusia y Turquía minan los cimientos del comercio global”, señaló, “y afectan el rol del dólar como moneda de referencia”. Lavrov añadió que ambos países siguen negociando la implementación de los acuerdos alcanzados en Astana (Kazajistán) que prevén la erección de zonas de distensión en Siria.

“Ankara adoptará medidas legales en conformidad con el derecho internacional, si Washington se niega a entregarle los F-35 adquiridos por las autoridades turcas”, declaró a su vez este miércoles 15 el portavoz del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. El 23 de julio el Senado de EE.UU. prohibió la entrega de estos cazas furtivos de quinta generación a Turquía, hasta tanto se evalúen los riesgos concomitantes con la posible compra por ese país de sistemas rusos de defensa aérea S-400.

El 10 de agosto siguiente el presidente Donald Trump agudizó aún más el conflicto, al aumentar los aranceles de importación para la importación de productos metalíferos turcos por la continuada detención allí del pastor evangélico Andrew Brunson. Éste y otros norteamericanos están presos en Turquía desde el fallido golpe de estado de 2016, acusados de complicidad con la organización terrorista kurda PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y con el grupo de iluminados dirigido desde EE.UU. por Fetulá Gülen a quien Ankara responsabiliza por el alzamiento. El pastor Brunson solicitó recientemente ser liberado de su detención domiciliaria durante el juicio, pero la corte de Esmirna rechazó el pedido.

El pasado miércoles 14 el vocero presidencial turco Ibrahim Kalin afirmó que Turquía no busca una guerra económica con EE.UU., pero que responderá si es atacada. El portavoz de Erdogan también pidió a EE.UU. que respete el proceso judicial que en Turquía se está siguiendo contra los estadounidenses detenidos.

Según añadió Kalin, Turquía está discutiendo con Rusia y China la posibilidad de comerciar en las respectivas divisas, ya que el dólar ha dejado de ser confiable. Sus declaraciones se dieron después de que el 1º de agosto EE.UU. decidiera sancionar a dos ministros turcos, así como en respuesta a manifestaciones de la vocera de la Casa Blanca, Sarah Sanders, quien el martes 14 expresó la sensación de “frustración” que experimenta el presidente Trump por la reticencia turca a liberar a Brunson y sus compañeros.

Entre tanto, el entredicho hizo subir la cotización del dólar. Esta semana alcanzó su valor más alto en trece meses frente a una canasta de monedas, obteniendo además un impulso adicional por la venta masiva de bonos de los países emergentes debido al temor de que la crisis con Turquía se extienda a otras regiones.

EE.UU. se ha convertido en una aspiradora de dólares que permiten a la Reserva Federal seguir reduciendo el circulante, sin por ello disminuir la oferta crediticia en el mercado interno. Si bien la suba de su divisa daña coyunturalmente la exportación de productos estadounidenses, la devaluación de las monedas de países emergentes y las sanciones rebajan el valor de mercado de sus compañías y las hacen fácilmente adquiribles por sus rivales de EE.UU.

Mientras tanto, en los medios norteamericanos se multiplican los pedidos, para que se excluya a Turquía de la OTAN. Con el segundo ejército más importante de la alianza (detrás del de EE.UU.), la nación euroasiática asegura el flanco suroriental del pacto y su influencia sobre los estrechos que conectan el Mar Negro con el Mediterráneo. Desde la intervención rusa en Siria en noviembre de 2015 y el fallido golpe de estado contra Erdogan en julio de 2016 las relaciones entre Turquía y EE.UU. se han enfriado sensiblemente, tanto como se han intensificado los vínculos de Ankara con Teherán y Moscú. A esto se añade el interés de las grandes empresas constructoras turcas (que han sostenido al presidente desde que era alcalde de Istanbul, hace 20 años) en participar en la reconstrucción del norte de Siria (lo que Baschar al Assad resiste) y la oferta de financiamiento chino.

Olvidado del apoyo que dio durante años a los movimientos islamistas y de su propio origen en la Hermandad Musulmana, Erdogan acordó el año pasado comprar a Rusia cohetes antiaéreos S-400, anunció que no dejaría de comerciar con Irán a pesar de las sanciones estadounidenses y participa activamente en el proceso de Astana para la paz en Siria.

A pesar de que el Washington Post reclamó recientemente la expulsión de Turquía de la OTAN, los estatutos de la alianza no prevén tal procedimiento. El bloque militar tampoco tiene interés en la partida de Ankara. Pertenece al acuerdo desde 1952 y tiene cerca de la frontera siria la base aérea de Incirlik desde donde la aviación aliada realiza sus misiones en todo Oriente Próximo. La OTAN necesita a Turquía, pero ésta ya no precisa de la alianza atlántica, mucho menos si no tiene ninguna chance de ingresar a la Unión Europea.

Sin embargo, los oficiales de sus fuerzas armadas están formados en la estrategia, las tácticas, la organización y las armas occidentales y no aceptarán sin más cambiar de aliados. Por ahora el presidente se limitará a amenazar a EE.UU. con su salida, para mejorar su posición negociadora. Aliarse con Rusia rompería el equilibrio regional imperante desde hace dos siglos. En las fallas entre dos grandes placas tectónicas puede temblar la tierra, pero, si el Mar Negro se desborda sobre el Mediterráneo, el maremoto resultante sería imparable.

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