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Bolsonaro aún no se decide entre la realidad y la locura

En su política internacional el futuro presidente deberá elegir entre su mesianismo y la pragmática defensa de los intereses nacionales

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Desde 1808 la política exterior de Brasil se ha movido entre dos coordenadas: actuar como poder subimperial a costas de sus vecinos suramericanos o integrarse con ellos, especialmente con Argentina. Al seguir la primera opción, se pegó a Gran Bretaña primero y a Estados Unidos después. En la segunda elección se diferenció de las potencias hegemónicas, sin necesariamente oponérseles. No obstante, en ambos casos la diplomacia brasileña siempre fue muy consciente de sus intereses. Jair Messias Bolsonaro parece ahora querer romper con esta tradición. Si su ideologismo no es rápidamente controlado, puede producir un desastre.

En la noche de la elección el eufórico futuro ministro de Economía, Paulo Guedes, rechazó con gesto brusco una pregunta sobre la relación con Argentina y la inserción en el Mercosur: «No es prioridad la Argentina, el Mercosur tampoco es prioridad», afirmó, y agregó que «el Mercosur es muy restrictivo». Sin embargo, a modo de disculpa, ya el martes 30 declaró no tener nada en contra del Mercosur ni de Argentina. Sin embargo, sus declaraciones fueron retomadas por el propio Bolsonaro: «Mercosur tiene su importancia sí pero, en mi opinión, está sobrevalorado. Fue bien gestado en su inicio pero luego el asunto ideológico pasó a hablar más alto», afirmó el futuro presidente.

Para calmar las aguas, el pasado martes 30 el ministro de Relaciones Exteriores argentino Jorge Faurie invitó al presidente electo de Brasil a acompañar el 29 y 30 de noviembre próximos a su todavía presidente Michel Temer a la cumbre del G20 que se realizará en Buenos Aires. Como en la reunión Donald Trump y Xi Jinping ocuparán el centro del escenario, con la invitación Faurie estaba pidiendo a Itamaraty que cuide el vínculo con China. El entredicho con Argentina se reforzó, cuando se supo que el nuevo mandatario irá primero a EE.UU., Israel y Chile, rompiendo así una tradición de décadas, según la cual nuestro país es el primer destino de los mandatarios brasileños al asumir.

En su corto discurso en la noche del triunfo Bolsonaro prometió liberar a Brasil “de las relaciones internacionales ideológicas de los últimos años», pero las primeras señales que emitió marchan en la dirección contraria: al ofender a China y desvalorizar el vínculo con Argentina, está creando problemas respectivamente con el primero y el tercer socio comercial de Brasil, para aliarse incondicionalmente con EE.UU., con quien Brasil no tiene mucho intercambio.

El equipo de Bolsonaro quiere tener con Washington un vínculo tan estrecho como durante el primer gobierno militar (1964-67). Para ello se apoya en que el futuro presidente ha sido presentado en la prensa internacional como un “Trump tropical”, tiene fuertes vínculos con fondos de Wall Street y cuenta con el asesoramiento de Steve Bannon, el ex asesor de Trump.

Al conflicto con Argentina se sumó uno más grave con China. Además de las felicitaciones protocolares, a través de un editorial del China Daily titulado «No hay razones para que el ‘Trump Tropical’ revolucione las relaciones con China» Beijing se quejó de que durante la campaña el candidato triunfante fue «menos que amistoso» y le reclamó que, como presidente, aplique una evaluación «objetiva y racional» de las relaciones, porque, de lo contrario, «el costo que deberá pagar la economía brasileña será muy alto». El año pasado el intercambio comercial entre ambos países alcanzó los 75 mil millones de dólares, con un superávit brasileño de 20 mil millones. China, asimismo, es responsable por numerosas y cuantiosas inversiones. Si las relaciones entre ambos países empeoran, la economía brasileña sufrirá enormes pérdidas.

Entre tanto, fuentes de Itamaraty informan sobre divisiones entre la ortodoxia neoliberal de Paulo Guedes y la postura más soberanista de los militares participantes del futuro equipo de gobierno que seguramente se van a reflejar en la política externa. Evidentemente, las relaciones con China serán la piedra de toque, para saber cuán realista será el nuevo gobierno.

Dentro de América del Sur, en tanto, por ahora parecen ser prioritarias las relaciones con Chile y Colombia. Seguramente Bolsonaro cortará cualquier tipo de relación con Venezuela. Sin embargo, en algún momento los 58 mil millones de dólares del intercambio con Argentina harán sentir su peso. Por su parte, el Mercosur probablemente vuelva a ser una unión aduanera, como en sus primeros años, y se lo “flexibilice”, para permitir acuerdos bilaterales fuera del bloque.

En el ámbito global, a su vez, Bolsonaro se ofrece como el aliado más fiel de Trump y para ello tiene la asistencia de Steve Bannon, quien desde Brasil pretende extender su “Movement” ultraderechista internacional por todo el continente. Sin embargo, jugar al «Trump tropical» puede salirle muy caro. Durante la campaña electoral amenazó con que Brasil abandonaría el Acuerdo de París sobre Cambio Climático, pero algunas diplomacias europeas le avisaron que, si lo hace, afectará los vínculos comerciales y financieros y el venidero jefe de Estado reculó raudamente.

Bolsonaro fue apoyado desde el principio por el Instituto Millenium, un foro ultraliberal con sede en Rio de Janeiro cuya mayor cabeza intelectual es el filósofo Denis Rosenfield, profesor emérito de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, ex militante del PT convertido en sionista militante y neoliberal ortodoxo. Rosenfield es un acérrimo defensor de Israel y funge como nexo intelectual entre Bolsonaro y Benjamin Netanjahu. Por ello el primer ministro israelí comprometió su asistencia a la asunción del mando en Brasilia el 1º de enero y el futuro presidente se apresuró a anunciar su viaje a Tel Aviv. Sin embargo, la proclamada intención de trasladar la embajada a Jerusalén quedó en la nada. Como Brasil vende grandes cantidades de carne (15 mil millones de dólares por año) y pollo a los países árabes, el anuncio del traslado alarmó a los exportadores quienes inmediatamente presionaron al equipo del candidato triunfante.

A pesar de la retórica de campaña, se descarta también momentáneamente una acción militar contra Venezuela. El gobierno será militantemente antichavista, pero no arriesgará un conflicto exterior que rápidamente puede desbordar.

En el futuro equipo de gobierno convivirán en conflicto neoliberales ortodoxos y militares conservadores, pero fieles a la tradición geopolítica subimperial de origen colonial. El futuro presidente es un retrógrado mesiánico y paranoico y no se encuadra, en realidad, en ninguna de las dos alas. Sin embargo, a poco de ponerse en marcha el gobierno deberá definir su rumbo. Esto no sucederá, empero, sin arduas luchas internas que, necesariamente, tendrán repercusiones sobre la política exterior del país. Entre el pragmatismo y el mesianismo lo que suceda en Brasil determinará la suerte del continente.

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