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La lucha por el poder en EE.UU. trae riesgos y oportunidades

Chocando con el “Estado profundo”, el presidente Trump pretende devolver a su país la energía primigenia, pero la agudización del conflicto puede poner la paz mundial en peligro

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Cuanto más aislado está Donald Trump, más belicoso se pone. Mientras buscaba sendas de negociación con China e Irán, fue acosado por el “Estado profundo”, que inició desde la Cámara de Representantes la preparación del juicio político por “colaboración para inmiscuir un poder extranjero en los asuntos internos de EE.UU.” Si los conspiradores pensaban que el presidente se arredraría, estaban equivocados: el pasado lunes 7, después de una dura negociación con su par turco, Recep Tayip Erdoğan, ordenó el retiro de las fuerzas norteamericanas del norte de Siria, abriendo el camino a que turcos, kurdos y sirios se pongan de acuerdo o se destrocen en una nueva guerra, …pero sin la participación del US-Army. Tanto republicanos como demócratas se oponen a esta decisión y se disponen a impedir la reelección del mandatario, pero éste no cesará de pujar por su política internacional independiente. En los próximos meses la lucha por el poder en Washington va a arreciar, trascendiendo las fronteras de EE.UU. Para las naciones sometidas este desorden presenta riesgos mortales, pero ofrece también cuotas de independencia.

El pasado viernes 11 EE.UU. y China alcanzaron un acuerdo preliminar para disminuir las tensiones comerciales entre ambas potencias, pero excluyendo otros temas álgidos. «Llegamos a un entendimiento muy sustancioso para la primera fase», anunció el presidente Donald Trump junto al viceprimer ministro chino Liu He. «Hemos arribado a un compromiso que todavía debe ser formulado por escrito», explicó el mandatario. Al mismo tiempo confirmó que se reunirá con el presidente chino Xi Jinping en la reunión anual del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por su nombre en inglés) que se realizará en Santiago de Chile el 16 y 17 de noviembre de 2019.

El acuerdo inicial alcanzado el viernes incluye las reglas para el uso de la propiedad intelectual, los servicios financieros y el compromiso chino de comprar productos agropecuarios norteamericanos por un valor aproximado de 40 a 50 mil millones de dólares, así como la promesa norteamericana de no implementar el aumento de 25 a 30% en las tarifas aduaneras previsto para la semana próxima. Ya el miércoles 9 la Casa Blanca había dejado trascender que pronto autorizaría a empresas estadounidenses a proveer al gigante chino de las telecomunicaciones Huawei bienes con tecnologías “no sensibles”.

Este entendimiento de mínima es un gran favor que ambos presidentes se hacen mutuamente. En enero comienzan los comicios primarios, como siempre, en el Medio Oeste y los granjeros quieren saber hasta entonces si pueden seguir votando a los republicanos o si la guerra comercial los hará cambiar de opción. Xi, por su parte, necesita urgentemente mantener el crecimiento de la economía china, a la cual una nueva ronda de suba de aranceles norteamericanos habría dañado seriamente.

Con el acuerdo Trump pretende también acallar las críticas de demócratas y republicanos contra la retirada del US-Army de Siria. Después de su conversación con Erdoğan, éste ordenó el avance de su ejército para desplazar a las milicias kurdas de la frontera siria con Turquía. Traicionando a su mejor aliado en la región el presidente norteamericano pretendía cumplir su promesa electoral de 2016 de “traer a los muchachos a casa”, pero chocó con sus aliados en Oriente Medio y los bloques legislativos de ambos partidos, sin ganar a cambio el apoyo de Rusia e Irán. Entonces comenzó a presionar a Turquía para que “no se exceda” en su operación, un límite impreciso que autoriza cualquier cosa.

Las idas y vueltas del presidente responden a su búsqueda de huecos por los cuales colar su estrategia de retirada a posiciones seguras y de concentración en pocos objetivos, que permita a EE.UU. recuperar la iniciativa, pero está sitiado: justo el ‎mismo día en el que pretendía anunciar su plan de paz para Medio Oriente ante la Asamblea General de ‎la ONU, el United States Institute for Peace (USIP), dependiente del Departamento ‎de Defensa, publicó un informe sobre Siria en el que aconsejó reactivar allí ‎la guerra. También ese día la presidenta demócrata de la Cámara de ‎Representantes, Nancy Pelosi, anunció el inicio de la indagatoria contra ‎el presidente por la presión que éste ejerció en agosto pasado sobre su colega ucraniano, Volodymir Zelensky, para obtener información sobre los negocios del hijo del precandidato presidencial demócrata Joseph Biden en Kiev.

Donald Trump hizo rápidamente los cálculos: aunque los representantes aprueben la elevación a juicio de los cargos contra el mandatario, en el Senado necesitarían el apoyo de por lo menos 20 republicanos, para poner en marcha el juicio. Es dudoso que en plena campaña electoral algún miembro del GOP (sigla oficial del Partido Republicano) quiera aparecer como “traicionando” al presidente. Confiado en este cálculo, el habitante de la Casa Blanca ha prohibido a todos sus funcionarios comparecer ante la comisión indagatoria de la Cámara, una medida ilegal, pero efectiva, para impedir la explotación mediática de sus testimonios.

El jefe de Estado puede resistir la presión legal y mediática de las fuerzas combinadas que abogan por volver al globalismo de los últimos treinta años, pero es improbable que hasta la elección de 2020 logre avanzar un ápice en su programa nacionalista. Trump creía ‎haber controlado al “Estado profundo” organizado durante la Guerra Fría (1947-89), ‎para gobernar el país en caso de conflicto nuclear, pero es evidente que éste se ha convertido en una “red de redes” del poder occidental imposible de doblegar. Como acertadamente sintetizó Th. Meissan (https://www.voltairenet.org/article207782.html), “desde el ‎‎11 de septiembre de 2001 la función del presidente es casi exclusivamente ‎mediática. Quienes deciden la política desde la sombra ‎son individuos no electos por el pueblo y los aliados de EE.UU. no obedecen al presidente de éstos sino al ‘Estado profundo’. (…) ‎Sólo Rusia y China son verdaderamente independientes.”

Donald Trump ha demostrado sobradamente que, cuando está acorralado, ‎se vuelve una fiera. Fiel a su modelo, el general Andrew Jackson (1829-37), el presidente aspira a mostrarse ante el pueblo blanco‎ como el abanderado de los trabajadores y agricultores contra la oligarquía de Washington. Se avecina un duro año pleno de contradicciones y luchas internas en la política de los Estados Unidos y sus aliados. Hasta la elección de noviembre de 2020 las facciones que pujan por el poder en la principal potencia del globo darán bandazos violentos y peligrosos, muchas veces a costa de terceros, pero la inestabilidad mundial ofrecerá también una chance a los liderazgos claros y enérgicos que busquen la independencia y la paz. Sólo hay que conocer el rumbo y aferrarse al timón.

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