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A propósito del libro de cuentos “Asunción no es París”, de Ramón D. Tarruella

Las claves. Fuera de la norma, a distancia de la “centralidad”, situados en el “margen” (centralidad y margen escritos entre comillas), esta es, quizá, una de las claves con las que Ramón D. Tarruella construye buena parte de los once cuentos de Asunción no es París, publicado por Lápices Editora en 2018.

Escribe Marina Porcelli

Y detallo. Un gánster que conversa con una moza una tarde de lluvia en el bar (en Y todo por la lluvia), un ucraniano mariguano en su viaje paranoico en bicicleta por Villa Elisa (en Lejos Kiev), un poeta que recita en francés y quiere ser contratado por el Estado (en Baudelaire en francés), una mujer que recibe a su marido, recién salido de la cárcel y se mete con él en la cama “para escuchar la lluvia sobre el techo de zinc” (en Techo de zinc).

Esta galería de conflictos y personajes (poetas, porreros y ladrones, sicarios, hombres que salen de la cárcel o que tienen miedo de ir a la cárcel) articula una zona lateral en la que los personajes no pueden estar más que asfixiados ante “la norma”. “La norma” escribí, esto es lo que apunté más arriba con comillas, “el centro”, es decir, el orden burgués de una burguesía blanca, clasemediera, cómoda y satisfecha.

Los personajes de Asunción no es París se ubican justamente en las antípodas de este orden, y eso da una enorme riqueza narrativa al libro, articula la sensibilidad y la mirada de mundo de cada personaje, que siempre está en el límite material o existencial. Se trata, entonces, de jóvenes, en su mayoría, constantemente abrumados por cierta precariedad económica. “Yo creyendo por años que pertenecer a la periferia significaba virtud”, confiesa el personaje de Asunción no es París, una noche en Ringuelet. Y este tono íntimo, confesional, muy oral y muy perceptivo es otro de los hallazgos del volumen.

Se trata, entonces, de jóvenes, en su mayoría, constantemente abrumados por cierta precariedad económica

Entonces bien. Construido con mucho humor, con una tercera persona narrativa que invariablemente parece primera, el libro de Ramón D. Tarruella es también un libro de tono. Lo cual es raro y a la vez curioso. Los libros de cuentos suelen ser dispares, abruptos, suelen tener huecos o desequilibrios, pero en Asunción no es París las historias entraman una oralidad que, junto con estos personajes de “márgenes y periferias”, dan la impresión de conjunto, de historias hermanadas por los recorridos de una ciudad. Ya que la ciudad (cualquiera sea) se despliega y se añora en estas narraciones (en Lejos Kiev, Ecuador), la ciudad se atraviesa en bicicleta o en colectivo (en Asunción no es París, Los perros del cementerio, Nuria), se la mapea (el gánster de Y todo por la lluvia es profesor de geografía), la ciudad es habitada y así como se la habita, se siente ajena.

El diálogo literario

En este escenario móvil, entonces, aparece la intertextualidad, esa galaxia literaria que implica el diálogo con otros escritores. Cada cuento está dedicado a un autor (latinoamericano, norteamericano) y dedicar cada cuento a un autor consagrado es una manera de insertarse en la tradición. O digo mejor, de proponer una tradición. Refundarla. Y esto pauta criterios para la propia escritura. Va un ejemplo.

En El canto de las cosas nuestras, el personaje (malicioso, desagradable, antiperonista) roba al final. Le roba un arito, una pieza minúscula, casi una nada. Uno solo y lo tira. Y sin embargo, este daño mínimo, tan en apariencia poco ofensivo, es el modo en que se construye finalmente todo el cuento, y todo el personaje, un modo del efecto narrativo que es central en la narrativa de Katherine Mansfield, autora a la que está dedicado otro de los cuentos del libro.

El relato que da título al volumen concentra, de alguna manera, toda la propuesta de trabajo. Una pareja (una chica y un chico) pasa una tardenoche en la casa de la abuela de la chica, en Ringuelet. Ella recita a Cortázar, él recuerda un párrafo de Rayuela, donde la gente “hace el amor todo el tiempo” y uno de Onetti, sobre Asunción. En Asunción, en cambio, la gente se despide, está impávida, se queda sola. Con una prosa que fluye como un imán, el cuento recorre la melancolía del personaje, que no besa a la chica, ni se acuesta con ella, marca toda la distancia entre la vida de París y la vida de acá. Acá, digo, donde la existencia es más precaria, más dura. Donde los momentos glamourosos lo (cito textual) “formaban el arroz seco sin limón ni queso rallado, la casa de la abuela y el elefante de cerámica”, o si no, “solo tenía para ofrecer el sitio donde me iría a suicidar”.

El libro ahonda en la sensibilidad y vitalidad de lo que reside en los márgenes

Así, Asunción no es París, junto con ese cuento bellísimo que es Y todo por la lluvia (el diálogo entre la chica y el gánster en un bar) o Playmóbil (el de la chica que trabaja de empleada doméstica, y que teme que alguien descubra un viejo robo) son tal vez los mejores ejemplos de historias que despliegan su sensibilidad en esta suerte de margen, del no calzar nunca “con la ley”, que se articulan fuera de “la norma”. Quién construye la norma, para quiénes funciona esta norma, y quiénes se quedan afuera: esta crítica, quizá, está en el fondo del libro de Ramón Tarruella, que ahonda en la sensibilidad y vitalidad de lo que reside en los márgenes. Las historias, en cuanto a su prosa, en cuanto a su sentido, encuentran su fuerza en ese despliegue a contrapelo.

Historias y personajes en los márgenes, la ciudad entendida como escenario móvil, donde la escritura, que también es diálogo con otras escrituras, se vuelve ir y venir del “acá” y el “allá”. Con una prosa muy precisa, con una narración cercana a lo íntimo y a la oralidad, los cuentos de Asunción no es París dan cuenta de una realidad más dura, más nuestra. Y estas claves, creo, hacen que el libro sea valioso, que valga la pena la propuesta.

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