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De tropiezo en tropiezo

 

En menos de dos semanas de gobierno Jair Bolsonaro ya reculó en varias decisiones. Si sigue chocando con sus aliados, la crisis del régimen está programada

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

Entre el sueño y la realidad Jair Messias Bolsonaro parece preferir el primero. Si es así, tendrá un gobierno más corto que el de Fernando Collor (1990-92), porque cada uno de los pilares de su gobierno (tecnócratas ultraliberales, iglesias pentecostales y fuerzas armadas) tiene objetivos e intereses diferentes que, de no ser armonizados, desatarán pronto una crisis política profunda con repercusiones continentales.

El presidente de Brasil confirmó este miércoles la salida de su país del Pacto Mundial sobre Migración de la ONU. «Brasil es un estado soberano para decidir, si acepta o no a migrantes», avisó Bolsonaro en un mensaje publicado en Twitter. «Quien por ventura venga a aquí deberá someterse a nuestras leyes, reglas y costumbres, además de tener que cantar nuestro himno y respetar nuestra cultura«, ha puntualizado. La retirada se produce tan sólo un mes después de que Brasil, aún bajo el gobierno de Michel Temer, suscribiese el acuerdo en diciembre.

El Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular fue votado por la Asamblea General de la ONU y firmado por 152 países miembros, pero no por Estados Unidos. El acuerdo no vinculante aborda la protección de las personas que migran, cómo integrarlas en los países de acogida y cómo devolverlas a sus países de origen, si aquéllos no las pueden/quieren recibir. Sin embargo, Bolsonaro se opone a los pactos globales como éste y al Acuerdo de París contra el calentamiento global, del cual también ha amenazado con salirse, porque –siguiendo a su mentor ideológico, el astrólogo Olavo de Carvalho- los ve como “instrumentos de la globalización” y ésta es para ambos “un invento del marxismo cultural para destruir las naciones y la individualidad del ser humano”.

Entre tanto, el ministro de Economía Paulo Guedes anunció el mismo miércoles la inclusión de un régimen de capitalización individual en el proyecto que enviará al Congreso, para reformar el sistema de pensiones. Tras una reunión con el ministro de la Casa Civil (jefe de gabinete), Onyx Lorenzoni, Guedes afirmó que el objetivo del Ejecutivo es «salvar» el actual sistema y «al mismo tiempo crear un nuevo régimen de pensiones para las futuras generaciones». El mercado financiero, las patronales y diversos organismos internacionales consideran fundamental la aprobación de dicha reforma con el pretexto de reequilibrar las cuentas públicas. No obstante, la discusión se centrará en el lapso de la transición entre un sistema y otro. Bolsonaro sabe que la modificación implicará un fuerte golpe al ingreso de millones de brasileños. Si acorta demasiado los plazos, puede arriesgar sus chances para la ansiada reelección en 2022. Por eso, en los últimos días dio indicaciones contradictorias sobre los contenidos de la reforma.

Todavía no es seguro que los anuncios de este miércoles se implementen o que no sufran grandes cambios, porque en sus diez días de gestión el gobierno ultraconservador se ha caracterizado por la falta de coordinación, decisiones apresuradas que luego se revierten y una tendencia exagerada al panfletismo que choca con el sistema jurídico y administrativo de un Estado tan consolidado como el brasileño.

Así, el miércoles también el ministro de Educación, Ricardo Vélez Rodríguez (de origen colombiano), tuvo que modificar la resolución dictada días atrás sobre los libros de texto escolares. A las resoluciones de años anteriores se había quitado la exigencia de referencias bibliográficas, la prohibición de que en los libros se hiciera publicidad y el control de los errores de revisión e impresión, que ahora serían reintroducidos. Por el contrario, no se restablecieron las disposiciones tendientes a evitar la discriminación de género o a destacar la diversidad étnica y cultural de Brasil.

Finalmente, el mismo miércoles el gobierno derogó la resolución del Ministerio de Agricultura (dirigido por una ruralista) para que el INCRA (el Instituto de Colonización y Reforma Agraria) cese de repartir tierras y crear asentamientos.

El amontonamiento de recules, desmentidas e informaciones contradictorias en sólo diez días de gobierno desató el pánico entre los cuadros políticos más experimentados de la coalición ultraconservadora. A esta altura ya se habla del inicio de gobierno más confuso y errático de la historia brasileña, quizás sólo superado por la transición del Imperio a la República oligárquica, en 1889/91, con la que Bolsonaro quiere parangonarse.

En efecto, el tiempo corre y el poder se diluye rápidamente. O Jair Bolsonaro pone el pie en el freno y ordena las prioridades de su gabinete antes de que termine el mes, o la reanudación de las sesiones ordinarias del Congreso en febrero próximo lo confrontará con dos cámaras hostiles llenas de aves rapaces dispuestas a sacar la máxima ventaja posible de la descoordinación y la falta de liderazgo del gobierno.

En los últimos días el presidente anunció el aumento del impuesto a las operaciones financieras, la revisión de la progresión del impuesto a la renta y una edad mínima para la jubilación, para ser luego desmentido por el ministro Guedes en los tres temas. En su primera entrevista televisiva esbozó la posibilidad de autorizar la instalación de una base militar estadounidense, para ser inmediatamente reprendido por el ministro de Defensa, vocero de las fuerzas armadas. Presidió dos reuniones de gabinete y todavía no anunció ninguna de las metas de su gobierno.

Al mismo tiempo se acumulan los escándalos. El affaire por lavado de dinero del chofer de su hijo Flávio sigue su curso, sin que el inculpado aparezca. Por otra parte, se supo que el jefe de la Casa Civil usó facturas de la empresa de un amigo, para pedir a la Cámara de Diputados un resarcimiento por gastos. En tanto, el propio hijo del vicepresidente, general Hamilton Mourão, fue ascendido desmedidamente dentro del Banco do Brasil a costa de otros funcionarios de carrera más experimentados.

La suma de fallas políticas y corruptelas en un gobierno que ha subido con ínfulas de combatir la corrupción, pero enfrentado a los grandes medios cartelizados, preanuncia una sucesión de pequeñas y grandes crisis políticas. Como el presidente no parece ser muy habilidoso para surfearlas, sino que más bien muestra una tendencia suicida a aumentar la apuesta ideológica ante cada traspié, las diferencias de salón pronto pueden estallar en enfrentamientos ruidosos. A esta altura ya no se puede afirmar cuánto durará el gobierno de Jair Bolsonaro, pero sí que su devenir caótico va a crear mucho daño en todo el continente.

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